DÍA 47: CIAO BELLA

04-09-2012


















Hoy va  a ser un día de aquellos que uno casi tiene que empujarlo para que avance. Salgo a desayunar algo y me pilla un aguacero (se conoce que la lluvia de Alaska también quiere despedirse). Por suerte, al rato el mismo cielo amenazante parece que me hace un guiño de despedida y se marca un bonito arco iris.


Luego toda la mañana será invertida en vaciar las maletas de la moto, dejarla preparada para su próxima aventura y hacer con toda minuciosidad mi equipaje hasta las 12h que toca el check out del hostal.

A mediodía pues arranco a la nena por última vez, le cuelgo como puedo mi enorme bolsa y recorremos los escasos 300 metros que me separan del taller de MOTOQUEST.  No las tenía todas conmigo y me daba miedo de que se me echaran para atrás en su oferta de guardarme la moto (con todo el jaleo que hubiera supuesto a solo unas horas de coger el avión). Pero no, cumplieron su palabra como caballeros.

Como comentaba ayer, están justo al lado de la Anchorage Harley Davidson.




Aquí. Es un chiringuito pequeño pero (quitando los escúters) las motos aventureras que tienen aparcadas a la puerta son un oasis de buen gusto en medio de la abrumadora mayoría harley/custom de todos los Estados Unidos. 



Y como también dije ayer son una gente muy enrollada y accesible de forma que aprovecho la ocasión para aconsejar sus servicios de alquiler de motos y organización de Tours de Aventura a todo aquel a quien esta crónica haya dejado con ganas de conocer Alaska y Estados Unidos.  Si es el caso, decidles que contactáis con ellos "de mis partes" y así me hacéis quedar bien...jajaja.


La cuestión es que ya no había mucho más que hacer allí que dejar la moto despidiéndome de ella:
-"Ciao Bella y gracias, ha sido un placer. Que tengas buen viaje a New York y pórtate bien con Josep que es un poco más bruto que yo pero muy buen chaval..." Jajaja.

Finida la gilipollez, no me queda ya más que esperar el autobús que va al aeropuerto y pasar allí nimeacuerdo ya las horas tediosas esperando mi vuelo...

Por cierto, lo que sí es para recordar es el despegue. El piloto ya nos advirtió que por culpa de las montañas cercanas a Anchorage habría turbulencias en el mismo momento de la salida (un fenómeno poco frecuente) pero la verdad es que me sorprendió lo que se llegó a sacudir aquella caja voladora hasta que sobrepasamos las montañas. No me preguntéis por qué, pero tras más de 150 vuelos de todo tipo la convicción de que si la cosa va mal hagas lo que hagas no puedes ayudar en nada me hace tener en estos casos una actitud muy estoica (más por pasividad que por valentía), pero las dos mujeres canadienses francófonas de notable edad y volumen que me tenían aprisionado en aquel asiento central no lo pasaron nada bien y rezaron en franchute todo lo que sabían en aquellos minutos sacudidos (como el Martini de James Bond "agitado pero no batido..."). Así pues, que lo sepáis y vayáis avisados a Anchorage...





Tras un vuelo cansino intentando no echar una cabezada en los generosos pechos de cualquiera de aquellas dos mujeronas quebequesas que me custodiaban, de madrugada el avión tomó tierra en Minneápolis, la ciudad de Prince, y con ello pasé unas horas en el

MINNESOTA STATE (20)

donde, por cierto, algunos restaurantes del aeropuerto son "full fashion". 



Está claro, ha quedado atrás la simpleza y autenticidad de la naturaleza y he aterrizado de lleno en la metrópolis urbanita que rinde culto a la tecnología y la sociedad de consumo.





Y así damos por terminado este día, sentado en Minneápolis en una nueva silla en espera de un nuevo vuelo hacia una Nueva Inglaterra, la cuna de los Estados Unidos Norteamericanos, pero con la cabeza todavía en la belleza de las enormes extensiones vírgenes de Alaska que no podía evitar de ver impregnadas en mi retina cada vez que el cansancio me hacía entornar los párpados... 



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